OSCURIDAD. TERCER CAPÍTULO.
Actualizado en septiembre de 2023. 17 audios integrados en mayo de 2025
Oír voces es uno de los síntomas de esquizofrenia y de otras enfermedades, como la psicosis. Quienes padecen esas enfermedades oyen voces que interpretan de múltiples formas. En algunos casos, los pacientes se pueden sentir amenazados; en otros pueden experimentar inseguridad o desorientación. Pero en este caso, GX no había logrado interpretar o estructurar ni una sola palabra, ni siquiera en un idioma desconocido, absolutamente nada. Tampoco se sentía amenazado; oír voces, en su estado, sería un factor de esperanza o, por lo menos, una forma de entender esa desagradable situación. Por lo tanto, no podía ser síntoma de enfermedad. Ciertamente, el estado de inanición en el que se encontraba, podía hacerlo imaginar cosas. Pero GX estaba seguro de que había oído algo real. Esas voces tampoco tenían algo que ver con las que oía cuando era niño. Entonces sólo oía claramente una sola voz, no varias voces, era una voz de mujer y que pronunciaba su nombre. Las ocasiones en que oyó esa voz fueron esporádicas, no más de dos o tres veces. La explicación de aquello, según lo que él mismo creía entender después, se debía a una voz real. Era la de una chica que, en una oportunidad, lo acarició y le mostró sus partes íntimas, sin que el muchacho pudiera entender algo. Tal vez, fue ella la que pronunció su nombre, mientras lo espiaba y lo buscaba en uno de los pasillos de la gran casona en la que vivía con su madre y hermanos, en su ciudad natal. La escena referida ocurrió, probablemente, algo más tarde. Eso fue un misterio que GX nunca pudo descifrar cuando recordaba ese momento, siendo ya mayor. Ni siquiera pudo entender aquello cuando logró identificar a la chica, muchos años más tarde, cuando ambos eran adultos. Esa no fue la única ocasión en que alguna niña lo tocaba o hacía acercamientos que lo ruborizaban y espantaban. Cuando veía a su madre, después de esas escenas, le daba vergüenza y volvía a ruborizarse, temiendo de que su madre se enterara de eso y lo culpara de algo que posiblemente era un pecado. Puesto que, como se ha dicho antes, desde niño había sido muy religioso y soñaba con una vida en el cielo junto a los santos, le aterrorizaba que se lo acusara de pecador. Además, creía firmemente en una vida después de la muerte.
Estaba aterrorizado con la idea de ir al infierno, donde sufriría dolorosas quemaduras que nunca terminarían, de oír sarcasmos y amenazas, recibir latigazos en su cuerpo quemado, sin piel. Era lo que enseñaba la iglesia católica, a la que pertenecía. Más de alguna vez se había quemado accidentalmente en un brazo o una pierna; una pequeña quemadura que ni siquiera ocasionaba herida sino solo enrojecimiento, le dolía mucho. Se imaginaba el horror al comparar esos pequeños dolores con los dolores ocasionados por los ángeles de satanás y no entendía cómo se podrían soportar. No quería ir a ese espantoso sitio que suponía estaba, en los más profundo, bajo tierra, en el núcleo del planeta. Lo malo estaba abajo, lo bueno estaba arriba, en el cielo y él quería ir al cielo.
Recordó ahora que un par de veces, en distintas épocas de su vida, había leído La Divina Comedia, de Dante Alighieri. La lectura no había sido de su agrado, porque cuando la leyó consideraba que habían demasiadas repeticiones, semejantes a oraciones, cuando el personaje que viajaba con Virgilio, de una sección a otra, primero por el Infierno, luego por el Purgatorio y finalmente, por el Paraíso. Cuando la leyó la primera vez no entendía mucho sobre poesía y, menos aún, un poema narrativo alegórico. Había leído poemas de muchos clásicos, pero no logró comprenderlos hasta mucho más tarde. Una cosa es saber métrica y cómo se rima, otra cosa es entender el contenido metafórico, máxime si no se conoce al autor ni la época, las costumbres o la situación económica y social de su entorno. Por eso no recordaba mucho el significado de los versos. De lo que sí se acordaba era de las horribles y absurdas escenas que el poeta veía y de las que se hacía partícipe. Otra cosa había sido leer obras como La Araucana o Martín Fierro, que eran epopeyas o denuncia social, que para él eran más fáciles de entender. Versos como, por ejemplo:
Chile, fértil provincia, y señalada | |||||||||
De remotas naciones respetada | |||||||||
Por fuerte, principal y poderosa; | |||||||||
La gente que produce es tan granada, | |||||||||
Tan soberbia, gallarda y belicosa, | |||||||||
Que no ha sido por rey jamás regida | |||||||||
Ni a extranjero dominio sometida. |
Esos versos, a pesar de haber sido escritos por un soldado español, resaltaban algunas cualidades del pueblo mapuche, que no se dejaba vencer fácilmente por un enemigo invasor que contaba con equipos y armas superiores a las simples flechas, hondas o lanzas, con las que se efendían los guerreros nativos. Esos versos los había entendido a la perfección y aprendido de memoria cuando era solo un adolescente. También los versos gauchescos eran fáciles de entender:
Yo no soy cantor letrao
mas si me pongo a cantar
no tengo cuándo acabar
y me envejezco cantando:
las coplas me van brotando
como agua de manantial.
Si recordaba parte de la lectura de La divina Comedia era porque, mientras la leía por segunda vez, ocurrió un incidente que lo había afectado mucho más que lo que el mismo Dante en su estancia en el Infierno. Esa obra era un producto religioso, estaba impregnado de designios, costumbres y supuestos conocimientos de lo que se consideraba como única verdad. La primera vez que la había leído fue cuando era aún creyente y buscaba la verdad en libros religiosos o afines a las religiones cristianas. En esa etapa de su vida le era imposible imaginarla sin la autoría de un Hacedor. Creía firmemente que lo que decían los libros sagrados, aunque no se basaran en hechos reales, reflejaban la verdad de la vida, su origen y destino. Sus discusiones con los estudiantes del liceo nocturno sobre qué fue primero, si el huevo o la gallina o cómo era posible el perfecto funcionamiento de un hormiguero o muchos ejemplos más, lo enfrentaban a la mayoría de sus companeros de estudio, pero recibía el apoyo de sus amigos más cercanos, aunque ninguno de ellos se mostraba muy seguro. La segunda vez fue cuando ya había dejado de lado las teorías dogmáticas. Prefería demostraciones científicas y razonamientos basados en la realidad y la evidencia de restos arqueológicos de miles de años antes de que se escribiera la Biblia.
¿Dónde había sido esa segunda vez? Ah sí. Fue en un lugar tranquilo que supuestamente había encontrado. Allí conoció, por casualidad, a Yenni, una camarera muy jovial y risueña, que le había preguntado en varias ocasiones si quería servirse algo más. Acababa de tomar su último café del día, que hacía solo tres veces diariamente. Era una costumbre que lo acompañaba desde su juventud. Se había detenido en una de esas cafeterías que había en las gasolineras de la carretera, que en esa época se llamaba Statoil, al sur de Södertälje, con dirección hacia Malmö, en Suecia. Antes de llegar a ese lugar había estado conduciendo como un autómata, sin tener una meta, quería borrar de su mente unos momentos desagradables a causa de una de las múltiples discusiones con su esposa, que lo acusaba de serle infiel. Cada noche, cuando llegaba a casa, ella lo increpaba y le hacía preguntas de a qué hora había terminado su última lección, quién era la última alumna, cómo era, cuán larga había sido la lección, que ella no era tonta, que no la podía engañar, que estaba liado con esa y con muchas otras alumnas y con sus recepcionistas, que ella se daba cuenta de las miradas de aquellas putas de mierda que lo que querían eran lecciones gratis, que él no se daba cuenta que lo querían solo por eso, porque lo que él les podía dar gratis, que a ella la dejaba sola, con su hijo recién nacido, por andar "puteando". Por mucho que él quisiera explicarle que estaba equivocada, que si daba lecciones extra era para obtener más dinero, que lo hacía por su familia y que no le importaban otras mujeres, que lo que había era solo simpatía, no había más relación que la de profesor y alumna y que la cortesía que empleaba con ellas era la misma que con sus alumnos varones. La mujer lo miraba con rencor y desconfianza, lo agobiaba con duras palabras. Cualquier respuesta que él le diera era prueba de su infidelidad. Era esa Louise, verdad? Era tu última alumna del día, no? Y la verdad es que había acertado. Algunas veces, como aquella tarde, Louise, una de sus recepcionistas, había sido su última alumna. Pero entre ella y él no había absolutamente nada más que amistad, además de la relación jefe-empleada. Si bien la muchacha era hermosa y amable y se llevaban muy bien, nunca traspasaron la línea entre amistad y romance. Pero una mujer joven y bella era un rival para su esposa. Niégalo! Si decía que no, estaba mintiendo. Si decía que sí, ah ya ves como yo tenía razón. Si no respondía, sus ojos brillaban y decía con triunfo y enfado al mismo tiempo -como la madre que sorprendía a su hijo mintiendo por alguna falta grave- ya decía yo... te callas porque no te atreves a decir la verdad. El otro día hablé con Etelvina, que dijo que a tí te gustaban las "cabras" jóvenes. Y yo para tí soy una vieja, ¿no? Y ahora ponih (nota: de poner, en dialecto chileno) cara de interrogación... dime algo, huevón de mierda!
A veces era imposible lograr una conversación normal con su mujer. Dijera lo que dijera, hiciera lo que hiciese, no servía de absolutamente nada y la tensión aumentaba entre los dos. Los insultos y los sermones nunca terminaban. Su trabajo requería de mucha dedicación y no estaba exento de problemas. Él, como profesor de autoescuela, se ocupaba de todo: la publicidad, la contabilidad, las clases de teoría, las clases prácticas y mucho más. Antes había tenido varios profesores que trabajaban en su empresa, pero más que contribuir con un buen trabajo se sentaban con sus alumnos y recorrían las calles, sin importarles si aprendían algo o no. Lo más importante era cobrar su sueldo, sin esforzarse en hacer las cosas bien. Por eso ahora trabajaba solo. Pero eso lo agotaba y le impedía tener más tiempo para la familia.
Necesitaba sosiego, tiempo para pensar en la solución de múltiples problemas y lo único que recibía en su casa eran reproches. Por eso aquella noche había salido dando un portazo, había tomado su vehículo y se había ido a conducir sin rumbo fijo, hasta recorrer varios kilómetros. Conducir solo lo relajaba y lo hacía recuperar la tranquilidad. Pero lejos estaba de imaginar que la tranquilidad duraría muy poco. La mala suerte fue haber conocido a Yenni, en aquella cafetería de carretera.
No estaba buscando refugiarse en las faldas de una mujer, ni nada semejante. Lo que quería era estar solo, leer (cuando encontrara un sitio tranquilo) y luego seguir conduciendo, no importaba hacia donde. Había encontrado la cafetería y se había sentado a leer la obra que ya había leído cuando era adolescente. Ya, desde el comienzo, había sospechado que no podría leer tranquilo. La bella y rubia Yenni lo había saludado muy amablemente y lo había mirado con mucho interés. Una vez habiendo sorbido casi la mitad de la taza de café, la muchacha le preguntó si quería algo más. Sin preocuparse por la negativa del lector, la muchacha insistió un par de veces más. Lo perturbaba con sus miradas y con su insistencia de servirle más cosas, estaba claro que quería conversar con él. Molesto con la situación, decidió irse. Preguntó por la cuenta y una vez hubo pagado se dispuso a abandonar la cafetería. Pero Yenni se acercó y, casi cuchicheando, le preguntó si lo había aburrido, si estaba enojado. No, para nada, solo quiero estar solo. Estaba enojado, pero no con ella. ¿Por qué habría de estarlo? No quería consumir nada ni quería compañía, solo quería estar solo.
- ¿Estás seguro? ¿No te gustaría desahogarte, compartiendo tus inquietudes, contando tus problemas? Tal vez sea una buena idea hablar con alguien, puedes hacerlo conmigo. La muchacha lo miraba con una sonrisa angelical y con una gran interrogante, como una de las muchachas de su niñez, que lo buscaban para jugar o cuando Cleíto le tomaba la mano mientras paseaban por la Alameda y le hacía preguntas que lo incomodaban y agradaban, al mismo tiempo.
- No es buena idea, en absoluto, esto no tiene sentido.
- ¿Qué pierdes?
- ¿Y tú, qué ganas?
- Nada, pero me gustaría ayudarte.
- No me conoces y soy un hombre muy ocupado; no busco aventuras ni ayudas, nada de nada.
- ¿Así lo crees? Si quieres, espera a que termine mi turno y hablamos con calma, puedes ir a dejarme a mi casa, vivo muy cerca. Tú nada pierdes y yo nada gano, pero es posible que te sientas mejor.
- ¿Y quién te ha dicho a tí que no estoy bien?
- Se nota, al ver esa cara triste, ese nerviosismo, el intento de leer sin leer, saltando de una página a otra sin parecer entender nada o estar aburrido.
- Eres muy observadora. Puede que tengas razón, está bien, te esperaré y podremos conversar. La verdad es que necesito hablar con alguien.
No sabía por qué había decidido esperarla. De algún modo, la conversación de la muchacha lo consolaba. Le había sorprendido la intuición de la mujer, que parecía saber exactamente lo que le estaba pasando. La esperó y se fueron juntos en su vehículo, un pequeño Hundai Atos de color negro. Sin saber cómo, esa conversación tan simple llevó a lo que llevó. La fue a dejar a su casa. Y sucedió lo que suele suceder. Que si quieres subir a mi apartamento y tomamos un café o lo que quieras, hablaremos y ya podrás volver a tu casa tranquilo, más relajado. Luego una luz tenue, un par de velas en la ventana, música, se apaga la luz de las lámparas, que esta es la foto de mis padres, el regalo de mi tía.
- ¿Sabes que tengo una hija?
- ¿Tú. ¿Tan joven?
Y le muestra la foto de una bella bebé de cabello rubio, casi blanco, como el cabello de Yenni.
- Mi hijita se llamaba Karin, la echo mucho de menos-. Un suspiro profundo, un instante de tristeza, luego la misma sonrisa que parecía tener siempre. No vive conmigo, sino con mi madre, de lo contrario yo no podría trabajar.
- Pero hay guarderías.
- Sí, pero yo trabajo por turnos, como hoy, hasta muy tarde. Además con mi madre está muy bien. Cuéntame, qué es lo que te tiene tan triste.
- Problemas con mi esposa.
- ¿Eres casado? Disculpa, pudiste decírmelo.
- No me preguntaste y además, ¿a qué viene eso? Me has invitado a tu casa solo para hablar, tú has insistido.
- Tienes razón, perdóname, es que al verte triste creí que era de soledad. Y debo confesarte que me atrajiste, me gustas.
- ¿Siempre eres tan directa? Lo siento, me tengo que ir.
- ¿Huyes?
- No huyo, solo creo que ya hemos hablado lo suficiente.
- ¡Cómo, si acabas de llegar! Cuéntame qué te pasa, luego te vas. ¿Me tienes miedo?
- Miedo no.
- ¿Desconfianza.
- Tampoco.
¿Entonces?
- Está bien, veo que contigo no es fácil decir no.
Frases iban y venían. A medida que pasaba el tiempo las mentes de esos personajes tan desiguales se fueron abriendo. Le contó lo que pasaba con su esposa, enferma de celos, que le hacía la vida imposible. La había querido mucho y aún la quería, aunque ya no estaba muy seguro de eso. Le contaba esas cosas con tal pesadumbre y congoja que la muchacha no pudo evitar posar una mano sobre su hombro, para intentar consolarlo. Después de escucharlo por muchos minutos ya había llegado a una conclusión y se atrevió a darle un consejo. Se veía claramente que ese matrimonio no tenía sentido.
- ¿Por qué no te separas?
Era eso lo que había él mismo pensado. No debía seguir en esa absurda situación, de nunca ser bien recibido al llegar a casa, de no recibir caricias ni palabras de amor, o por lo menos de ánimo, después de un arduo día de trabajo. Nunca había un recibimiento dulce, eso ni siquiera había sucedido durante los primeros días que habían estado juntos. Creía que el origen de su relación se había basado únicamente en el deseo de ella de lograr la residencia en Suecia, que sucede muy a menudo, cuando mujeres u hombres extranjeros llegaban a Europa. Obtener la residencia en Suecia era un gran logro y una relación sentimental era la llave. Cualquier otra cosa que hubiese pasado entre los dos era ficticia. Aún no entendía cómo pudo enredarse con ella, era una historia larga, que no valía la pena recordar.
Lo peor es que, antes de esa relación ya había vivido una situación similar antes, en una relación anterior, mejor dicho, una convivencia, pues no estaba casado con la anterior pareja, aunque las razones de falta de amor eran otras. No habían sido celos sino obsesión, insistencia de que aquella anterior compañera le dijera con más frecuencia que la quería y que no trabajara mucho, que quería su atención. Al principio era eso, reproches continuos y luego comentarios hirientes. Poco a poco fueron surgiendo los insultos y la prohibición de hacer algunas cosas. Si se levantaba muy temprano, que no metiera ruido en la cocina, lo mismo si llegaba tarde. Que si comía, que no hiciera ruido lavando la vajilla. Y si no lavaba los platos, protestaba también por eso. Había llegado al extremo de obligarlo a dormir en un sofá, para que no la molestara cuando se levantaba o se acostaba.
Muchas veces, después de insultarle decía que lo hacía porque lo quería, que intentaba hacerlo reaccionar. El apartamento era de ella, aunque todas las cosas las había comprado él. Cuando se había ido a vivir con esa mujer, ella era estudiante de inglés y español en la Universidad y más tarde sería profesora de secundaria. En su casa no había nada de valor, los pocos muebles que tenía los había encontrado en contenedores de basura, que en esa época abundaban. Mucha gente tiraba a la basura muebles, ropa y muchos enseres que ya no quería porque compraba cosas nuevas. Los ingresos que tenía ella eran escasos al comienzo, porque trabajaba solo a medio tiempo, en casas de ancianos, cuidándolos y limpiándolos. Luego eran nulos, porque dejó de trabajar y toda la economía de la casa descansaba en los hombros de él. Pero era su casa, por eso ella decidía lo que se hacía y lo que no se podía hacer.
Yenni lo escuchaba y se compadecía de sus pesares. Poco a poco se fue acercando más a él, bajó su mano del hombro y tomó sus manos entre las suyas. Eran unas manos blancas y suaves, que transmitían una gran ternura. GX estaba sorprendido y paralizado, al mismo tiempo. No se movió. Siguió hablando, al mismo tiempo que sentía la presión de las manos de Yenni. Los ojos de la muchacha estaban brillantes, fijos en los suyos, ahora con una sonrisa más lánguida, pero profunda. Acercaron sus mejillas, casi al mismo tiempo y casi por inercia, como dos imanes que inevitablemente tenían que unirse. Así estuvieron largo rato, cada uno mirando hacia un lado mientras sus mejillas sentían el calor del otro. Solo parecía oírse ds dos corazones palpitando, casi cabalgando.
GX tenía su mirada en una puerta, sin ver que realmente era una puerta, o tal vez era una ventana. Se sentía transportado, su corazón palpitaba de prisa y su cerebro le decía que eso no estaba bien. Pero no hacía nada por cambiar la situación. Sin darse cuenta, sin pensar en el tiempo ni el sitio, de pronto estaban fundidos en un abrazo. Yenni olía a jazmín u otra flor muy fragante y suave. Ese aroma le producía un inmenso placer. Poco a poco, sin dejar de abrazarse, se miraron por muy poco tiempo, porque inmediatamente unieron sus labios. Se besaron largamente, como queriendo absover el hálito, la esencia de la vida, uno del otro. Después empezaron a acariciarse, a frotar sus cuerpos, dando rienda suelta a sus manos y piernas. La pasión se empezaba a apoderar de esos dos cuerpos que buscaban saciar sus instintos más salvajes.
GX intentó decir algo, pero Yenni le puso una mano sobre los labios, al tiempo que volvía a besarlo. ¿Cuánto tiempo estuvieron en el sofá, acariciándose? GX nunca estuvo consciente de ello. ¿Cuándo se fueron al dormitorio? Tampoco recordaba nada de eso. Solo recordaba que, muchísimo más tarde cuando casi amanecía, despertaba junto al cuerpo desnudo de Yenni. Por primera vez, en mucho tiempo, se sentía bien. Se oía ruido de motores que arrancaban, algunos pasos en la escalera del edificio. En la lejanía el ruido de la autopista, voces en algún otro apartamento o en la calle. Yenni abrió sus ojos y con esa misma sonrisa que mantuvo siempre, desde que lo saludó cuando había entrado en la cafetería, le preguntó cómo se sentía.
- Muy bien, muy feliz.
Se besaron. No hubo más palabras, se levantaron con lentitud y él se dispuso a marcharse, una vez vestido. Murmuraron algunas palabras, mientras se despedían. Ya sabes donde vivo, ven cuando quieras, te estaré esperando.
- ¿Cuándo quieres que venga?
- Ven cuando vengas- Lo había my claramente, para ser más exactos, en sueco: "du kommer när du kommer". Le daba el poder de ir a visitarla cuando quisiera.
GX salió del apartamento y luego bajó las escaleras, era un tercer piso, no había ascensor. Se fue al aparcamiento y miró hacia atrás, a una de las ventanas del apartamento de Yenni. Allí estaba ella, como si supiera que iba a mirar hacia arriba. Se había puesto una bata de color rosa. Le envió un beso con la mano, a través de los cristales y él hizo lo mismo. Luego se fue a su vehículo, sin saber por qué no volvió a mirar más hacia atrás, de pronto le parecía extraño todo aquello. Había pasado una de las noches más felices de su vida, pero tenía el presentimiento de que nunca más volvería a ver a esa hermosa mujer. Todo aquello había sido como un sueño. No lo había buscado, era como en un cuento de hadas, Había conocido a un ángel que le había dado todo lo que no había recibido desde hacía mucho. Cuando ya estaba conduciendo, de vuelta a su casa, cayó en la cuenta de que ni siquiera habían intercambiado sus números de teléfono. Pero recordó que ella le había dicho: du kommer när du kommer.
Su esposa no se dio cuenta de que había llegado. No fue al dormitorio. Se fué directamente al baño y se duchó. Luego preparó su desayuno, antes de irse a trabajar. Entró al dormitorio, donde su esposa dormía, se acercó a la cuna donde dormía el hijo de ambos. Le dio un beso en la frente al niño y salió. La mujer dormía o simulaba dormir. Eso no le importaba, su silencio lo tranquilizaba. Se había ahorrado un nuevo sermón y esta vez habría sido justificado, ¡vaya que sí! Salió de su casa. Su cabeza daba vueltas. Volvía a la terrible realidad de todos los días, tenía sueño, pero tenía que trabajar.
Pasaron los días y cada noche quisiera haber regresado a la casa de Yenni. Pero tenía mucho trabajo y no quería despertar sospechas. Sabía que había sido infiel y le costaría mucho ocultar lo que había pasado, porque el encuentro con Yenni lo había cambiado completamente. No cesaba de pensar en ella, por donde quiera que fuera le venían a la memoria esos felices momentos con ella en el sofá. Recordaba cada minuto, cada segundo, cada movimiento de sus manos, cada beso, cada caricia. Cuando volvía a discutir con su esposa quisiera haberle gritado que sí, que ahora podía gritar e insultar cuanto quisiera, con razón. Pero sabía que eso habría desencadenado una serie de acontecimientos desagradables. Se contuvo y trató de seguirle la corriente cuando ella le volvía a insultar y acusar de infidelidad.
Un día no pudo resistir más a la llamada de su instinto, su amor, pasión o lo que fuera. Arregló su horario para terminar más temprano y fue a casa de Yenni. Le había comprado algunos regalos, que supo esconder en el maletero de su coche, donde se guarda la rueda de repuesto. También había comprado un regalo para Karin, un osito de felpa, no era muy original para comprar regalos, pero intuía que le gustaría. Iría a la cafetería y si no estaba allí, ya sabía su dirección. No podía más de sí, estaba entusiasmado con la sola idea de ver a la mujer que le había devuelto la vida.
No pretendía nada más, con solo verla sabía que sería feliz. Ya sin verla, el recuerdo de su sonrisa era tan reconfortante, tenerla delante sería la cúlmine de la dicha.
No estaba en la cafetería. ¿Conocía a Yenni? ¿No sabía lo que le había pasado? El dueño de la cafetería lo invitó a sentarse. Ahora lo recordaba, era el que se había ido acompañando a Yenni unos días atrás.
- Mire amigo, no sé cómo decírselo, pero Yenni ya no vendrá más por aquí.
El hombre, lo miró fijamente, primero y luego de reojo. Parecía inseguro, no sabía como darle la noticia a GX. Después de invitarlo a sentarse, le dijo, en un tono grave:
- Está muerta. La mataron hace tres días.
GX creía estar en un mundo irreal. No entendía nada o no quería entender. Pasó de la sorpresa a la ira y de la ira a la a la angustia, que casi lo dejaba sin voz. Sin entender sus mismas palabras, balbuceó:
- ¿Cómo? ¿Pero, cómo puede ser? ¡No es verdad! ¿Dónde está? ¡Es mentira!
GX sintió que el mundo se le venía abajo. Hacía tan pocos días había estado con esa mujer maravillosa y ahora le decían que estaba muerta, que ya no existía. Un nudo se le hizo en la garganta y empezó a sollozar, calladamente. La vista se le nubló con las espesas lágrimas. Aquella que le había devuelto la esperanza en la vida, por la que estaba dispuesto a dejar su vida anterior para unirse a ella, ya no estaba para decirle que lo aceptaba o que lo rechazaba. El hombre de la cafetería lo miraba con mucha tristeza y trataba de calmarlo.
- Lo siento, aquí todos la recordamos y lamentamos mucho su desaparición. Nadie podía esperarse que sucediera esto.
GX le preguntó qué había pasado, cuándo había sido y dónde había sido sepultada. Aquí no sabemos nada, solo hemos lo hemos visto en las noticias y escuchado rumores, será mejor que trate de hablar con su madre.
- ¿Donde vive?
- No lo sé, pero si viene por aquí le podemos decir que usted la buscaba. Déjeme su número de teléfono.
Después de garrapatear los números en un papel, con las manos temblorosas, GX abandonó el lugar, sin saber dónde ir ni qué hacer. Todo el mundo se había venido abajo para él. Sin casi reflexionar, se sentó en su automóvil y se dirigió a la casa de Yenni. Se bajó del vehículo y caminó hacia el edificio. Llegó a la puerta del apartamento y vio que ésta estaba rota, la habían forzado. Había una cinta de color azul y lanco , que decía "policía, sector causurado". Una mujer que salía de un apartamento vecino le preguntó qué buscaba.
- No sé. Quería ver a Yenni, pero me he enterado de que ha muerto.
Entonces supo lo que había pasado: su ex conviviente la había asesinado, porque sospechaba que la muchacha tenía a otro hombre. Yenni no pudo hacer nada cuando su ex derribó la puerta y entró decidido a acabar con su vida. Acababa de salir de la cárcel, donde había estado por delitos de drogas. Tenía orden de alejamiento, porque antes también fue condenado por malos tratos contra la muchacha.
Después de unos minutos de charla con la mujer, se marchó del lugar, A unos pocos metros se detuvo y miró hacia la ventana, a través de la cual él y Yenni se habían mirado y enviado un beso con la mano, por última vez. No sabía lo que pasaba por la mente de la muchacha aquella mañana. Por su parte, recordana que estaba feliz, confuso, pero feliz. Después de meses de tortura en su casa, con una relación ya rota, Yenni le había mostrado otro lado de la vida. Le había dado una noche de felicidad y él no estuvo junto a ella, para defenderla cuando el asesino la atacó.
Nunca recibió la llamada de la madre de la muchacha. Tal vez, nunca fue a la cafetería. Le habría gustado hablar con ella, darle los regalos que había comprado para Yenni y para Karin, los que premanecieron en su automóvil, hasta que un día se sehizo de ellos, se los dio a un hombre que pedía limosna, ala la salida de un supermercado.
Siempre tenía miedo de cometer pecados, aunque no sabía identificarlos, por eso creía que casi todo era pecado. Cuando oía hablar del pecado de la carne o la tentación de la carne, se imaginaba la carne de vacuno, máxime si para la Semana Santa se debía comer pescado, en lugar de carne de vaca, de acuerdo a las recomendaciones u obligaciones que imponía la iglesia católica. Entonces, el muchacho no entendía que lo de la carne era otra cosa, no la carne en sí. Por eso asociaba la palabra metafórica con el alimento. Aún no había entendido que el pecado de la carne tenía que ver con los siete pecados capitales fijados por el papa Gregorio Magno. Con respecto a la llamada Semana Santa, lo curioso, para él, era que no se debía comer carne durante un par de días o un día, pero sí se podía hacer los otros 363 días del año. Si eran tan malo comer carne, ¿Por qué no se la prohibía del todo y para siempre? No había explicación lógica para esto. Más tarde se daría cuenta de que no había mucha lógica ni verdad en las cosas que enseñaban en la iglesia. No comer carne un Viernes Santo era para conmemorar el ayuno al que se había visto obligado Jesús, cuando hizo un retiro en el desierto. Desde entonces se conmemora la Cuaresma, una mezcla de los días que pasó Cristo en el desierto y los cuarenta años que se supone que los judíos estuvieron prisioneros en Egipto, aunque, de acuerdo a investigaciones arqueológicas los judíos nunca estuvieron en Egipto. Fué, más bien Egipto el que dominó gran parte de los territorios dentro de los que se encontraban Palestina y Judea.
Su madre había influido en sus creencias religiosas. Es la costumbre, en todos los países del mundo, los hijos imitan a sus padres y quieren ser como ellos; obedecen o adoptan sus religiones y su forma de pensar, no se elige por razonamiento sino por imposición, sea por fuerza o en forma pasiva. Es como hablar un idioma, se habla chino, polaco, inglés o español, porque los padres hablan esos idiomas. Su madre lo llevaba al convento de unos frailes franciscanos, muy a menudo.
El convento estaba en la cima de una montaña, a la cual se llegaba por una larga escalera de piedra. Lo curioso de ese convento es que tenía dos cruces y frente a la entrada había dos cañones de la época colonial y más bien parecía la entrada a un fuerte. GX y su madre iban juntos a la misa, cada domingo. En algunas épocas, también asistían a las novenas y/o rosarios, por las tardes. No entendía, entonces, por qué se llamaban "novenas". Era una palabra sagrada y lo sagrado no se cuestionaba ni analizaba, simplemente se hacía o se participaba en ello. Sólo cuando ya era mucho mayor se enteró de que se trataba de una sesión de oraciones divididas en nueve partes.
Los feligreses se postraban en unos reclinatorios, un mueble que tenía una parte para sentarse y otra para arrodillarse. En la parte superior se podía apoyar los brazos, con las manos juntas, en actitud de plegaria y sumisión. GX recordaba que allí se pasaban horas rezando muchos padrenuestros y avemarías. Para no perder la cuenta se usaban los rosarios, aunque no recordaba si lo hacían todos o únicamente la persona que dirigía las oraciones. El rosario era una especie de collar grande con bolitas unidas por un hilo. Eran más de cincuenta bolitas, que representaban la cantidad de padrenuestros y avemarías que se debía rezar. GX recordaba que su madre lo utilizaba en casa, cuando se arrodillaba y rezaba frente a una imagen de San Sebastián o de San Antonio, a los que cada semana les encendía velas. A San Antonio le encendía una vela cada lunes. A San Sebastián, no recordaba muy bien qué día de la semana, probablemente el jueves. Tenía mucha fé en esos santos y GX nunca entendió por qué ella los eligió de entre infinidad de santos y vírgenes. Los santos, como muchas otras cosas de la iglesia, eran lo que eran: santos. Nunca pensó en el verdadero significado de cada uno de ellos ni el origen de su nombre, ni qué habían sido cuando vivieron. No podía estar seguro de si su madre le había contado algo de sus historias, pero imaginaba a San Sebastián atacado por "indios", como se llamaba, erróneamente, a los integrantes de pueblos originarios de América. Pero cuando adulto se enteró de que, al contrario de lo que siempre había creído, este santo había existido en la época del Imperio Romano y había sido condenado a morir a flechazos por orden del emperador Maximiano. San Sebastián había logrado sobrevivir, gracias a los cuidados de una mujer cristiana llamada Irene. Finalmente, el santo fue asesinado por los soldados romanos, cuando éste volvió a desafiar al emperador, predicando su religión.
Cuando GX era adolescente, después de muchas y profundas reflexiones, empezó a dudar sobre las cosas que decía la iglesia y se interesó por indagar sobre lo que él consideraba adoración de las imágenes religiosas y sobre muchas otras costumbres, leyes o reglas de la iglesia. Poco a poco descubrió que la Biblia o "Santa Biblia" era el producto refinado después de haber desechado muchas versiones escritas por diversos autores -muchos anónimos- y nunca se sabía quién la había escrito, realmente. La iglesia católica ha intentado justificar la adoración de las imágenes, pretendiendo hacer creer a la gente que no se trata de adoración, que las imágenes, estatuas o estampas solo son símbolos, retratos o esculturas que evocan el recuerdo o la presencia espiritual de Dios, santos, ángeles, arcángeles y vírgenes. Pero es imposible desvincular la pasión y el entusiasmo de los feligreses por esos "símbolos". Además, en festividades religiosas, se saca a grandes estatuas y se las hace desfilar por las calles para que la gente las admire y las adore. Los feligreses se santiguan a su paso, cantan, rezan y se arrodillan. A veces bailan o saltan. Algunos lo hacen por alegría y agradecimiento, otros lo hacen por arrepentimiento, o por las dos cosas. Cada cual tiene sus motivos, pero la razón más importante es que creen en milagros. Confían en que los santos y las vírgenes intercederán por ellos para solucionar sus problemas. Los sacerdotes dirigen esas procesiones, avalando la idolatría de esas estatuas e imágenes. Se hace lo mismo que se hizo en épocas de las antiguas civilizaciones, cuando se adoraba estatuas de dioses o símbolos que representaban el advenimiento de la primavera o del Año Nuevo, por ejemplo. Son las fiestas paganas que la misma iglesia condenó durante muchos siglos. Pero, en realidad, son el mismo tipo de festividades, aunque con otros nombres y con otras ideas sobre lo que se quiere conmemorar.
Otra cosa que hacía dudar a GX eran todas las ceremonias en las que se quemaba incienso, también una costumbre heredada de religiones o costumbres paganas, específicamente de los fenicios y otros pueblos antiguos, que luego los cristianos, budistas y otros grupos religiosos copiaron. Esto no lo sabía el pequeño GX, pero sí le molestaban esos olores agridulces o fétidos que le parecía evocaban a los muertos, a los que tenía mucho miedo. Tampoco le parecía nada de higiénico el tener que untar los dedos en una pila de "agua bendita", que todos los feligreses usaban para santiguarse. En esa época, el pequeño GX recelaba de ese agua, pero se santiguaba con ella, como todo el mundo. Mientras se hacía mayor fue recelando más de esa costumbre, sobre todo cuando comprendió que en es líquido -en el que todo el mundo metía sus manos sucias- se debía cultivar una cantidad no despreciable de microbios y parásitos. Ese agua era un medio transmisor de enfermedades, como lo eran también los anillos u otros accesorios "benditos" o las manos de los curas que los feligreses besaban, dejando sus babas y su saliva en esos objetos o en la piel de los sacerdotes.
Era una transmisión constante de todo tipo de microorganismos patógenos. Es muy probable que muchas enfermedades se hayan propagado más fácilmente a causa de esas costumbres, como ocurrió, por ejemplo, con la Peste Negra, además de muchos resfriados y enfermedades de la piel, como la sarna, por ejemplo. Si bien muchas enfermedades se transmiten por contacto directo o por la respiración, también puede ser en contacto con la ropa u objetos y líquidos que otras personas han utilizado o con las que han estado en contacto.
Mientras cavilaba y recordaba esa época pasada de su vida, GX volvió a agudizar el oído. Le había parecido oír esas voces, nuevamente. Pero esta vez eran solo sus deseos de volver a experimentar esa percepción o pseudo percepción. Intentó tragar saliva, pero su boca amarga parecía carecer de ella. Tenía la sensación de tener otra cosa, en lugar de boca trapajosa, en el que ni la lengua ni los labios podían accionarse. Recordó que, en otra época en la que estuvo encerrado por error, tuvo pesadillas que lo hacían experimentar sensaciones parecidas. Los dientes se apretaban y sentía un peso enorme, que iba en aumento. Los ojos no se abrían, estaban sellados, como si unas tenazas o alicates presionaran más sus cejas y párpados, impidiéndole ver el mundo exterior. Volvió a oír las voces, que se acercaban. Esta vez no había dudas, las oía claramente. Había personas en el recinto. ¿Quiénes eran? ¿Tendrían, estas personas, la respuesta a sus preguntas? ¿Vendrían a liberarlo o tenían otros planes? Las voces se apagaron, pero se oían pasos. De pronto, sin verlo, sintió que el recinto se iluminaba. No oía ni veía nada, aún. Sentía claridad, pero no podía abrir los ojos para comprobarlo o no se atrevía a hacerlo. Ahora ya ni siquiera quería ver nada ni sentir nada. Tenía miedo de que lo que oyera o viera pudiera ser peligroso. Había deseado tanto que su pesadilla terminara, pero ahora le aterraba más lo que no sabía que podía suceder. Es el miedo a lo desconocido, el mismo miedo que llevó a sus antepasados a desconfiar entré sí y que ocasionó tantas guerras y conflictos, desde tiempos muy remotos. Volvía a refugiarse en los instintos primitivos heredados de neandertales y homo sapiens, que hacía millones de años se habían cruzado, para dar origen al ser humano moderno.
De pronto sintió que algo o alguien deslizaba algo húmedo sobre sus ojos y su boca. Era una sensación agradable sentir líquido sobre su rostro. Alguien tocaba su brazo izquierdo. Apenas sentía el roce de unas manos que presionaban el antebrazo. Luego la presión se sintió en la flexura del codo. Entonces se dio cuenta de que allí tenía instalada una aguja hipodérmica. ¿Estaba siendo alimentado con suero y por eso aún vivía? ¿Qué tipo de suero se le estaba suministrando? ¿Por qué? Poco a poco pudo entreabrir uno de los ojos. Había una claridad deslumbrante. Era imposible ver algo, todo era luz y blanco, un blanco irritante, hiriente. Inmediatamente cerró su ojo. La claridad era más horrible que la oscuridad. Luego volvió a entreabrir los dos ojos, con mucha precaución. Creyó distinguir un delantal blanco, tan blanco como el resto de lo que suponía ver. Era un tono un poco más mate, que se movía. Le recordaba los delantales que usaba cuando trabajaba de enfermero. La voz de una mujer lo distrajo de su embelesamiento y conjeturas sobre toda esa blancura: Hola, ¿me oyes? ¿Cómo te sientes?
GX no podía abrir su boca ni hacer ningún tipo de seña para responder. De alguna forma se sintió aliviado al oír una voz de mujer. Le daba más confianza que oír la voz de un hombre. Y eso era absurdo, porque en su vida pasada había tenido malas y buenas experiencias con personas de ambos sexos. Lo mismo que podía desconfiar de un hombre, podía hacerlo de una mujer. Pero la voz de esta mujer era suave, no parecía amenazante ni brusca. En aquel abismo en el que se encontraba, esta mujer le inspiraba cierta confianza, aunque no suficiente. Más de alguna vez una dulce voz femenina lo embrujó sentimentalmente y luego descubrió que se trataba de alguien insensible, ente manipuladora y traidora.
-No te esfuerces en hablarle, no te va a responder, porque no te oye -irrumpió en esa blanca soledad la voz de un hombre. Este pobre diablo no va a recuperar jamás su conciencia. Hay que desconectarlo. Es una pérdida de tiempo intentar revivirlo. Ha estado en el mismo estado durante semanas y no muestra signos de mejoría. Es imposible que resista por más tiempo. Si no es por el suero habría muerto hace muchos días. Dile a los operarios que preparen el fuego. Necesitamos espacio para nuevos huéspedes.
-Pero creo haber visto cómo abría los ojos...- inquirió la mujer.
-¡Qué imaginación tienes! Te mueve más la compasión que el sentido común. Es imposible que abra los ojos, porque ni siquiera tiene capacidad motora, ya has visto todos los exámenes que se le han hecho. Además, no responde a ninguno de los palpamientos o pinchazos que se le han aplicado. Ni su piel ni sus músculos o articulaciones muestran signos de respuesta, ni siquiera la más mínima reacción. Es un vegetal, un desecho. Y los desechos se eliminan. Lo único que hace con voluntad propia es respirar, desde que le sacamos el respirador artificial. Su respiración es lenta y lo es también su pulso.
-Te recuerdo que debemos mantenerlo con vida hasta que podamos obtener información- respondió, tajante, la mujer. -No es compasión, sino sentido profesional. Este desgraciado tiene que darnos las claves para abrir los mensajes.
-¿Y cuánto tiempo vamos a tardar en conseguir su testimonio? Este despojo no nos sirve. Tendremos que buscar otras vías para obtener la información. Cumple mi orden, si no quieres tener problemas. No pongas en duda mi autoridad, te recuerdo que debes respetar el rango.
- Ya lo sé. En ningún momento he intentado desobedecer tus órdenes- dijo la mujer, en tono de reproche. - Pero tienes que escuchar mis opiniones, como enviada del grupo B. Aunque te cueste reconocerlo, mi opinión también tiene que ser tomada en cuenta, si bien tú decides en última instancia. Además, sólo he dicho que me pareció ver que abría los ojos y que debíamos agotar todos los medios posibles para mantenerlo en vida, de acuerdo a órdenes superiores, que deberías recordar. Si hay una mínima señal de que podemos reanimarlo, podemos ahorrar muchos recursos y no necesitaremos llenar el almacén de nuevos "huéspedes". Este despojo, como tu lo llamas, sabía mucho sobre nuestros planes y tenemos que averiguar qué cosas sabía y a quienes ha transmitido la información, si alguna vez lo hizo. Están en juego nuestro prestigio y la estabilidad de todo el sistema. Recuerda el lema: orden y fuerza. Nuestro lema es la base real de la democracia.
En ese momento, la confianza que tuvo GX cuando oyó por primera vez a esa mujer, acabó por completo cuando se dio cuenta de que se encontraba ante dos enemigos o verdugos. Lo mantenían vivo únicamente para obtener un beneficio económico, religioso, político o de otra índole, no para salvarlo ni ayudarlo. Apenas lograran lo que buscaban, lo eliminarían. ¿Qué debía de hacer? ¿Intentar comunicarse con estos dos sujetos y arriesgar a que lo torturaran o presionaran de algún modo, para utilizar una información que ni siquiera tenía? ¿O debía mantenerse quieto, para que no se percataran de que podía oírlos? Si hacía esto último, ¿Qué posibilidades tenía de salvarse? ¿Valía la pena siquiera intentar sobrevivir? ¿Quiénes eran estas personas? ¿Habría más gente que supiera que estaba allí, postrado, además de esta gente y sus jefes? Miles de alternativas aparecieron en su torbellino de ideas apresuradas. Recordar lo que había sucedido durante el último tiempo lo podían ayudar a comprender esa absurda y molesta situación. Pero en el pasado reciente no había nada más que la oscuridad y el silencio que lo acompañaban, antes de que aparecieran ellos. ¿Lograría recuperar la memoria, como había ocurrido antes, cuando tenía unos veinte años? En ese entonces había tardado un año en recuperarla, fue un proceso largo y doloroso. Gran parte de esa época la recordaba muy bien, como también por qué había sufrido amnesia: le habían inyectado grandes cantidades de insulina, provocando estados de coma durante mucho tiempo. Esta vez era distinto, no había motivo alguno para provocar ese estado sino todo lo contrario, ahora se trataba de despertarlo y sacar información de su memoria. ¿Cómo podría liberarse de sus actuales verdugos? GX creía que nunca saldría de ese lugar, que había llegado al fin de su viaje por la vida, que nadie quería su salvación.
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